Me lo ha dicho nuestro reloj
¡qué puñalada me acaba de dar el corazón!
Cuando al recoger de nuevo el reloj, ese que tú y yo compartimos tras tu marcha.
¡Que vuelco me ha dado el corazón! Al leer que entre sus avisos me encontraba, que eran ciento cuarenta y cuatro los pulsos que marcaba, mientras descansaba encima de la tapa de tu lugar de descanso.
Y quién me dice a mí que no está acertado, cuando en vida más una vez tuviste un número tan alto, incluso con la medicación que tomabas, a veces el pulso se te disparaba. No era extraño.
¡Qué vuelco más desgarrador! he sentido aquí dentro, donde el amor se guarda, y donde se siente el dolor que solamente puede dar el amor.
¡Que ahogo, qué desasosiego!, qué presión como una rápida aplastándome el pecho, al leer ciento cuarenta y cuatro el número de pulsaciones que genera tu maltrecho cuerpo. Es como si me hablases con un idioma creado como el morse, como el idioma de los abanicos. Como el del humo. Como si fuera un idioma nuestro.
He sentido el salto que te da la alegría de escucharte en la puerta llegando, he notado el nerviosismo que nota un perro cuando llega a casa su amo. He notado el olvido de dejarte la comida al fuego, he notado ese salto que te da el amor cuando vives, y lo sientes entero.
Maldito nudo de garganta que no me deja salir el desconsuelo, porque pensándolo de manera racional no puedo darle ningún sentido. Tan solo mi necesidad de estar contigo y leer en esos 144 latidos que como si fuera morse, me hablas desde donde tengas el destino.
Y lloro y no sé si sufro, porque no sé cómo interpretar esto. Si lo pienso desde mi alma herida, es por supuesto mensaje del más allá que me estás poniendo. Si lo pienso desde mi mente enferma, también pienso lo mismo. Si son mis ojos los que hablasen, entre lágrimas y lloros , dirían que un reloj no habla solo. Que no tiene idioma que pueda conectarnos, tú hablando desde el más allá y escuchándote yo en este otro. Pero mis ojos vieron los ciento cuarenta y cuatro pulsos. Y los volvieron a ver. Y aun así han habido una tercera y una cuarta vez porque yo no me lo creía.
¡Pero qué terrible salto qué horrible vuelco en el corazón! que creía haberte sentido o tal vez así ha sido qué sé yo. Me quedo con mi interpretación, por qué te lo dejé al cuidado cuando me fui a duchar, lleva todo el día olvidado encima de tu urna. Como un pájaro posado algo que tú has usado y que yo he heredado. Algo que me niego a cambiar y a dejar de cuidar, porque él ha estado a tu lado y ahora el , está en mi brazo izquierdo.
A los dos nos ha leído el recipiente de la sangre, urna de la angustia, la caja del amor. El tambor de la sangre que lleva la vida a cada una de nuestras esquinas, y portaba de una forma tan sutil el oxígeno que necesitabas, y que siempre estuvo ahí dando la hora y leyendo como ese corazón se portaba.
Ahora lee el mío, o al menos eso quiero creer, porque aunque lo he notado volcar, y dar un salto dentro de mí caja torácica, esa es la única presencia de vida que puede tener. Que ya no late más rápido cuando te miraba, ni más fuerte como cuando te besaba. Sigue latiendo porque hay una ley física que así le obliga. No es porque yo tenga ganas de que siga.
Yo amor mío y perdóname si soy un idiota o un crédulo, pero me lo voy a tomar como si me hubieras dejado una nota escrita, encima de la tapa, o dentro de su sistema operativo. Para mí ciento cuarenta y cuatro pulsaciones encima de tu urna, son un claro ejemplo, de que te tengo a mi lado.
Tal vez soy un ingenuo y estoy equivocado, no me importa. Este vuelco del corazón es lo más parecido que he tenido, a una muestra de amor desde que te he perdido. Y no voy a permitir que mi cabeza piense otra cosa. Para mí tiene todo el sentido.
Te quiero mi amada compañera. Y no habrá quien me detenga hasta volverte a tener a mi lado.
Te amo.